Equidad y género
Diversidad Sexual

Valorar el silencio

Por Francisco Javier Pedroza Ortiz

En esta época pandémica, en donde la expectación y la incertidumbre le roban la tranquilidad a la normalidad. En donde la gravedad del cielo ya es menos surcada por el vuelo de los aviones. En donde al distanciamiento de clases, de género, racial, se une ahora un distanciamiento aséptico. En estos tiempos -digo-, hay que valorar al silencio. Silencio que no es mutismo; silencio que no es callarse. Silencio significante.

Seré más claro. Luis Villoro, filósofo mexicano de amena redacción y claros objetivos, en un sucinto y bello ensayo sobre la significación del silencio, menciona que existe una significatividad precedente a la palabra y al lenguaje discursivo. Dice Villoro: “esta referencia significante al mundo en torno es anterior al lenguaje predicativo: se encuentra ya en la percepción, en la conducta práctica, en el gesto”.

Ciertamente, el lenguaje discursivo le da al ser humano su capacidad única de “hacerse” del mundo, de aprehenderlo a través de figuras mentales y de imágenes, de trascender los límites de la mera captación inmediata de las cosas y hacerse una conciencia de ellas. No se niega la utilidad y la importancia del lenguaje discursivo. El punto de Villoro es más bien el siguiente: a pesar de su importancia, a veces las palabras dejan de ser suficientes, se vuelven obsoletas, no pueden encapsular significados de honda plenitud. El sólo intentar encerrar estos significados en fonemas resultaría burdo, grosero, simplificante. Ahora bien, el amable lector preguntará: ¿qué tiene que ver todo esto con la situación actual de emergencia sanitaria? Ahora mismo le trato de responder.

imagen de la explanada del centro de Tlalpan Cerrada

Pedroza Ortiz, 2020.

Al 24 de mayo, en que escribo este pequeño texto, la Secretaria de Salud informa que el número de muertes por COVID-19 ha llegado a 7 mil 394; mientras que hay 14 mil 247 personas identificadas como activas, ciudadanos que contrajeron el virus y son potenciales transmisores. Los mexicanos hemos vivido, en los últimos días, un aumento en los casos diarios de muertes y de contagiados ¿estos aumentos serán, quizá, producto de la irresponsabilidad colectiva, mezclada con los ánimos fiesteros de aquellas personas que salieron a la calle en gran número por y para festejar el día del niño y el día de la madre?

Sea como fuere, la situación sigue siendo crítica. Además, a los contagios, a las muertes, a la guerra contra el virus, le acompaña otra contienda: la de las apologías y los discursos, de las invectivas y las censuras que chocan y se cruzan. Ello ocurre en un espacio cambiante, a veces vacío, silencioso; otras veces con atisbos de actividad, de voces que se niegan a guardarse.

imagen de explanada del centro de Tlalpan cerrada

Pedroza Ortiz, 2020

Es una lucha de imágenes y palabras, collage que deja ver lo peor y lo mejor de una sociedad con miedo. Seguramente, buen lector, ha visto en las redes sociales electrónicas un sinfín de imágenes que aluden al tema del coronavirus. Este cúmulo muchas veces vacuo de verborreas y logorreas, de bisbiseos auspiciados y anidados en la vaguedad y el anonimato de las redes electrónicas, se generan, sobre todo, desde la desconfianza, la incredulidad y -por qué negarlo-, la ignorancia en torno al tema.

imagen de protesta contra médicos

Recuperado de Facebook

Estas imágenes, declaración ignominiosa de motivos y de acciones, hacen eco de todos aquellos actos de violencia cometidos en contra del personal médico, así como del conjunto de acciones socialmente irresponsables que han relucido en estos días. Recuerde, lector, los ataques con café caliente o con cloro a enfermeras, enfermeros y médicos. Las intrusiones agresivas a hospitales COVID, violando todas las medidas de higiene. Los llamados a desobedecer ya no al gobierno, sino a la propia razón. Los alegatos conspiranóicos y el retorno -¿alguna vez se fue?- de la pseudociencia. Pareciera cierto que el acceso a las nuevas tecnologías de la información no ha desembocado en una sociedad mejor informada. Lo que se muestra fortalecido, al contrario, es la desconfianza; el escepticismo hacia las certezas científicas que buscan equivocarse menos, y el fortalecimiento de la superstición y el rumor, que buscan nunca estar equivocados.

imagen de protesta contra la cruz roja mexicana

Recuperado de red social

La irresponsabilidad no queda en el ámbito virtual. Casi con certeza puedo afirmarle, lector, que en estos últimos días ha visto a más personas en las calles. Y no se habla aquí de aquellos ciudadanos que deben salir a trabajar, de personas que tienen que buscar el sustento diario en alguna oficina, en alguna calle, o en algún mercado. Se habla de aquellas personas que reciben con mariachi la llegada de un camión con cerveza; de aquellos que deciden organizar o asistir a una boda o fiesta de quince años; de aquellos que salen a ejercitarse a parques o sitios públicos sin una mínima medida de higiene. De aquellos que no creen. Pero es que la prevención no es cuestión de creencias, sino de responsabilidad, disciplina y – ¿por qué no? – de empatía hacia los otros.

El otro lado de la moneda de esta contienda de imágenes y de ideas está constituido, en su mayoría, por exhortos a la sana distancia, a quedarse en casa si es posible. Ciertamente se aprecian y se reconocen estos intentos, ¿pero todos son loables? Hay algunas participaciones que, francamente, caen en una acre actitud elitista, y que lanzan sus discursos desde la discriminación, aquel tribunal inquisitorial en donde todos hemos participado -como jueces y acusados- del prejuicio y el menosprecio.

Desde estas posturas se relaciona a la irresponsabilidad social y a la falta de medidas de higiene y distancia, con aspectos socioeconómicos, con niveles educativos bajos, incluso con el lugar en donde se vive y con la fisiología. Como si el no seguir las medidas de distanciamiento social fuese una, de entre muchas toscas e inherentes características, de aquellos que han sufrido la fatalidad de un destino que nunca los ha querido favorecer.

imagen de parque de Tlalpan

Pedroza Ortiz, 2020

¿Cuál es entonces la utilidad de un llamado a la prevención, si éste se da en forma de ataque despreciable que remarca las brechas económicas, y fomenta la fragmentación dentro de una ya de por sí resquebrajada sociedad? Sería necesario desechar estos discursos y quedarse -eso sí-, con llamados que no solamente son responsables por exhortar a la prevención sanitaria, sino porque lo hacen sin discriminar a nadie.

imagen de letreros

Recuperado de Facebook, 2020

Finalmente, algo hay que rescatar de este pandemónium de imágenes que van, vienen y nuca terminan. Y para ello resulta útil lo escrito por Villoro: a veces es necesario el silencio, porque es en su vacío de donde nace la reflexión y los cuestionamientos; porque es de su oscuridad de donde comienzan a emerger caminos iluminados y de significado más pleno.

El mundo actual lo es todo menos silencioso. Millones de datos pasan frente a nosotros y nos atraviesan a cada momento, un sinfín de información, de rostros, de noticias que dejan de serlo al momento en que la pantalla de algún artefacto, es deslizada para ver el siguiente pedazo de información fácilmente digerible y difícilmente memorable. Cada tema, cada publicación, merece e incluso necesita nuestra reacción, nuestro comentario, nuestras fugaces palabras. Quizá esa voracidad pantagruélica del monstruo tecnológico es la que dificulta quedarse en silencio. Y es que el ruido informático no sólo ensordece, también ciega.

Los miles de imágenes y discursos que le restan importancia a la emergencia sanitaria actual, o que incluso la niegan, anteceden y también explican el aumento de las personas en las calles, el relajamiento de las medidas de higiene y el recelo hacia las explicaciones médicas y científicas. Es cierto, el discurso científico ha tenido tropiezos, ni se diga el político. También es cierto que actualmente se vive una crisis de las metanarrativas amplias, como lo es la ciencia. Pareciera que hoy en día se eleva y rige una era de desconfianza y de incredulidad. Una preponderancia del pragmatismo individualista que apuesta siempre por aquella solución más simple y práctica. Pero esas soluciones son volátiles y pueden contener efectos contraproducentes.

imagen de parque de tlalpan

Pedroza Ortiz, 2020

Por ello es necesario detenerse, pausar el flujo infinito de información, y quedarse en silencio. Silencio que precede a la acción reflexiva, responsable, consciente, serena. Y es que, después de los arrebatos violentos en contra del personal médico, de los discursos desubicados, o de las actitudes de recelo y sospecha, después de todo ello, es el silencio el que queda. El silencio de aquellos que esperan estoicos cualquier noticia de algún familiar hospitalizado. El silencio resignado de quienes vuelven a dar positivo en una prueba de COVID. El silencio desesperado de quienes no lograron vender nada a lo largo de un día vacío de clientes. El silencio fugaz pero letal que sucede a la noticia de que un ser querido ha fallecido, y que precede al llanto, que también es ausencia de toda palabra inútil. El silencio, pues, de la muerte, pero – ¿por qué no?- también el silencio de la esperanza, del abrazo que se vuelve a dar, de las lágrimas de felicidad. En una época ruidosa, hay que valorar el silencio.

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