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Ruta ciclista Milpa Alta - Tlalpan

Mtro. Sebastián Peregrina

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ilpa Alta y Tlalpan comparten una larga frontera enclavada en algunos de los puntos más altos de la Ciudad de México. Entre bosques, zacatonales, cultivos y volcanes, la región es un punto de esparcimiento muy atractivo y prácticamente desconocido. A continuación, un breve relato de la visita al manantial Tulmiac, ubicado a 3150 metros sobre el nivel del mar.

Hace un par de fines de semana me encaminé, junto a dos amigos, por los rumbos del sur. Nuestro objetivo era conocer el manantial Tulmiac, ubicado en la base del volcán homónimo, el cual se encuentra en el corredor biológico Chichinautzin, el cual divide a la Ciudad de México con el estado de Morelos.

Empezamos la travesía ciclista pasadas las 9 de la mañana en la comunidad de San Pedro Atocpan, uno de los mejores lugares para adquirir moles, chiles, especias y otros manjares típicos de la gastronomía nacional. Detrás de la iglesia arranca el camino a San Pablo Oztotepec, pueblo vecino que aunque está a menos de 5 kilómetros de distancia, se ubica casi 300 metros por encima de San Pedro Atocpan.

Este primer traslado estuvo enmarcado por el volcán Tehutli, quizá el más famoso de Milpa Alta, el cual se asomaba entre el sinuoso camino por el rumbo en donde el sol se elevaba. Unos 20 minutos después, llegamos a las primeras casas de San Pedro Oztotepec, otra de las comunidades tradicionales de Milpa Alta. Ahí compramos víveres para dirigirnos al camino ejidal que nos sacó de la urbe, adentrándonos a los bosques que rodean la metrópoli.

Una vez más, el camino fue arduo ya que las pendientes volcánicas de la región son muy marcadas, pasamos el panteón del pueblo y las calles en donde se amontonan los botes de agua potable, el cual es uno de los problemas más importantes de la región, ya que irónicamente aunque estas regiones son fundamentales para el abasto hídrico de la capital mexicana, no existe la infraestructura necesaria para llevar el vital recurso a los habitantes de estos pueblos.

Alrededor de las 10:30 de la mañana llegamos a la pluma de vigilancia para acceder al ejido de San Pablo Oztotepec, ubicada a casi 3000 metros sobre el nivel del mar. El camino empedrado se elevó poco más, mientras que las milpas y los terrenos de cultivo se achicaban, dándole paso a un tupido bosque de pino-encino.

Más adelante, el camino desapareció para darle paso a una terracería que mezcla materiales volcánicos muy finos, por lo que para hacer esta ruta es indispensable contar con llantas gruesas o para bicicleta de montaña. Al aire fresco y frío llenaba nuestros pulmones mientras avanzábamos entre subidas y bajadas.

Conforme avanzábamos, el horizonte se llenaba de volcanes de diferentes tamaños y edades. A la derecha podíamos ver la cara sur del Cuautzin, enorme mole que hace miles de años tuvo una tremenda actividad y que actualmente está cubierto por zonas agrícolas y bosques, mientras que a la izquierda el cono del Ocusacayo se levantaba entre los pinos.

Mientras el sol se aproximaba a su cenit llegamos a la frontera rural entre Milpa Alta y Tlalpan. En este punto, prácticamente todas las elevaciones a la vista son volcanes. Algunos conos de mediana elevación como el Tuxtepec, San Bartolo y el Piripitillo son acompañados por enormes gigantes como el Tláloc, de casi 4000 metros de altura y el Chichinautzin, el cual le da nombre a esta imponente sierra.

El difícil camino de tierra, cenizas y arenas volcánicas hizo que el trayecto fuera un poco más lento de lo que esperábamos, pero eso nos permitió tomar muchas fotografías, refrescarnos y ver los diversos terrenos de cultivo de la zona, como los forrajeros y de papa que también se utilizan para delimitar los ejidos.

Continuamos avanzando ahora hacia el norte, justo en el límite entre las alcaldías. En ese punto vimos una serpiente de cascabel sobre el camino, que junto a algunos conejos y muchas aves de diversos tamaños que vimos confirman el buen estado de conservación que todavía existe en la zona.

Al frente de nosotros se alcanzaba a ver el Tulmiac, un volcán de 3300 metros de altura, aunque el cansancio del terreno suelto, lo extremoso del camino y el viento gélido de la región estaban mellando nuestros esfuerzos. A pesar de todo, logramos llegar a la meta, el manantial Tulmiac, ubicado a 3150 metros de altura, justo a las 12:30 horas.

Este manantial ha sido importantísimo tanto para Milpa Alta como para Tlalpan. Sus aguas fueron entubadas hace más de cien años, aunque se tiene registro de su aprovechamiento desde tiempos prehispánicos. El pueblo de Parres, ya en Tlalpan, se ubica a unos 8 kilómetros al poniente, por lo que también las aguas del manantial han sido utilizadas para el regadío de los terrenos ejidales.

Actualmente existe una pequeña caseta de vigilancia, dos aljibes largos que son aprovechados por los pastores de la región aunque también alimentan a las pipas que surten en líquido tanto en Parres como en San Salvador Cuauhtenco y San Pablo Oztotepec.

Las aguas del manantial surgen en una cueva excavada en la base del volcán, entre capas de arenisca negra. Su agradable sabor y frescura nos ayudó a rehidratarnos antes de preparar el regreso a través de la ciclovía del Ajusco.

Casi dos horas nos tomó llegar a Parres. El camino, muy erosionado y con el suelo completamente suelto nos retrasó bastante. Mientras nos acercábamos al pueblo de Parres otros volcanes como el Pelado y el Raíces aparecieron en el horizonte.

Cruzamos por debajo de la autopista a Cuernavaca y bajamos a la carretera federal, en donde, junto a los muros de la derruida ex hacienda, comimos quesadillas de hongos, cecina y flor de calabaza. Eran ya casi las 4 de la tarde y el frío arreciaba, sobre todo debido a las rachas de viento, pero aun así tomamos unos momentos para contemplar los restos del edificio que se cuenta, era utilizado para pasar la noche en el antiguo viaje a Cuernavaca, y entre cuyos famosos inquilinos estuvieron Maximiliano de Habsburgo y Carlota de Bélgica durante su aventura imperial mexicana.

Ya con el estómago lleno, tomamos la antigua vía del ferrocarril, que data del siglo XIX y que actualmente forma parte de la ciclovía del Ajusco. La suave pendiente permitió que disfrutáramos el paisaje, todavía de altura, con zacatonal, árboles frutales y cultivos.

La ciclovía conserva algunas de las antiguas estaciones, en donde hay servicios básicos, refacciones y comida, aunque con la pandemia se encuentran cerradas. Después de Parres se pasa por los linderos de Topilejo para entonces abrirse hacia el poniente, dándole paso a los pedregales basálticos del volcán Oyameyo, antes de los llanos de San Miguel Ajusco.

En esa sección la pendiente es prácticamente nula, por lo que tuvimos que volver a pedalear, ahora en contra del viento, mientras los dorados rayos del atardecer alumbraban el camino. Muchas familias, parejas y grupos de personas paseaban por la zona. Metros más adelante hicimos una última parada frente al viejo vagón de ferrocarril para tomar un pulque antes de descenso final.

Ya bien alimentados por aquel fresco octli, cruzamos el pueblo de San Miguel, pasamos las puertas del Ajusco y entramos al Pedregal del Xitle, el cual fue dividido por el trazo del ferrocarril en sus partes altas. Los arcos de piedra, las formas de las rocas así como el drástico cambio de la vegetación son elementos que realzan la hermosura de esta ciclovía.

La sección que atraviesa el Parque Ecológico de la Ciudad de México tiene nuevos miradores así como asfalto renovado. Tomamos algunas fotografías desde los miradores y continuamos el camino. Atravesamos el tianguis de Lomas del Pedregal y así regresamos formalmente a la Ciudad de México, aunque en la práctica nunca salimos de la capital.

El camino nos llevó hasta avenida Desierto de los Leones, donde nos incorporamos para bajar a Periférico y luego cruzar San Ángel hasta nuestro destino en Nonoalco. En total el recorrido duró 9 horas y media, se recorrieron 71 kilómetros, con 650 metros de desnivel positivo.

Las zonas rurales, de conservación y comunitarias de la Ciudad de México son indispensables para el funcionamiento mismo de la capital. Queda en las autoridades y en los ciudadanos cuidar y defender estos hermosos parajes de la tala, la deforestación, el uso indebido del suelo, así como de la contaminación y la depredación de sus recursos naturales, incluyendo a su fauna. Cada metro cuadrado que la ciudad le roba a los bosques y zonas de conservación se traduce en cientos de litros menos de agua para nuestro propio aprovechamiento, además de abonar a una peor calidad de aire, menor biodiversidad, erosión y muchos otros problemas.

Conocer y disfrutar de estas regiones de la capital es responsabilidad de todos, mientras que las autoridades junto con los ejidatarios y comuneros deben mantener un equilibrio para la conservación de estos puntos fundamentales para la vida en la Ciudad de México.

Finalmente, algunas recomendaciones si vas a hacer un recorrido de esta naturaleza: siempre ve acompañado y de preferencia, con personas que conozcan el camino. Lleva refacciones básicas y herramienta, así como abrigo, comida y agua suficiente (al menos, 1.5 litros por persona), no es indispensable tener experiencia en ciclismo de montaña pero sí buena condición física. Para un recorrido menos exigente, la ciclovía del Ajusco es la mejor opción para conocer los pueblos de la montaña de Tlalpan.

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